Cuando llegó la crisis, cada uno a
su medida, nos tuvimos que amoldar a nuevas situaciones y presupuestos. Esto,
claro está, afectó tanto a particulares como a negocios, que no les quedó otra
que ajustar precios o cambiar menús ofertando productos con más salida. Hemos
estado viviendo estos últimos años un verdadero imperio, en ocasiones tiránico,
de las croquetas y otros fritos. A veces tradicionales, a veces con un toque
más vanguardista, pero al fin y al cabo croquetas, liquidas, de caldero, de
cocido, de atún, de morcilla, hasta de chocolate. Por no hablar de los buñuelos
y otros rebozados. Los restaurantes se han tenido que estrujar los sesos para seguir
ofreciendo una carta se ajuste a las tres bes, en un momento en el que la b de
barato ya no tiene el mismo valor que en época de vacas gordas. La carrillera y
el bacalao han desplazado al solomillo que ahora es más de ibérico y menos de
ternera, o a la merluza. Ahora el Angus o el Kobe han quedado para definir
hamburguesas y no esos chuletones que con tanto gusto nos comíamos, nos
aventuramos en uno de esos restaurantes a los que en un momento dado le pusimos
la pegatina de caros y por los que, cuando pasábamos por la puerta, ni nos
parábamos a ojear la carta y mirábamos para otro lado al saberlo prohibitivo
para nuestra economía.
Pues El Chato era así, o al menos,
por los motivos que fueran, yo le había puesto esa etiqueta. Se come bien pero
no es apto para alguien que gusta de salir cada semana. -Prejuicios que tiene
uno-. Y así pasó el tiempo hasta que tuve la oportunidad de caer por allí a menú
cerrado y bien cerrado. Mientras terminaba de llegar el resto, con la primera
cerveza, en la pequeña barra de la entrada, entre botellas de Vega Sicilia
bebidas en épocas mejores, nos ofrecieron unas patatas fritas caseras. Aquí no
solamente cuidan el aperitivo. Saben lo que es el Campari, y además tienen. Que
las buenas costumbres no se han de perder.
viña y de
barrocos manteles. Al hacerlo atravesamos un acuario donde los bogavantes
esperan ser cocinados. –A un par les eché el ojo, pero los tendremos que dejar
para otra ocasión.- El menú comienza con una ensalada. - ¿Alguien dijo que las
ensaladas tenían que ser hipocalóricas?- Que maravilla de ensalada. Sobre una
base de pasta brik, lechuga, picatostes, pipas, pasas, tomates cherry, piñones
y anchoas, aliñada con una salsa de yogurt. Y de todos estos ingredientes,
mucho. Seguimos con un trimarino de chanquetes, almejas y gambas. Para cerrar los entrantes
con queso rebozado con mermelada en el que coincidimos todos en lo bueno que
estaba. Platos no muy complejos pero que dan un buen resultado.
De principal pudimos elegir entre
carne o arroz. Codillo, secreto o un “arroz
pelao”. Aunque la cosa estaba difícil, no lo dude. -Llevaba mucho tiempo sin
comer arroz-. Cuando trajeron las carnes, mi inquebrantable voluntad se
resquebrajó. Menos mal que enseguida trajeron el arroz y cual Ave Fénix, me rehíce
satisfecho de la decisión adoptada. En lo de los arroces, como en casi todo,
para gustos, los colores. El que nos hicieron en El Chato, es el que mejor
color tenía para mis gustos. Predominaba el arroz sobre los tropezones, almejas
y calamar sobre todo. En cuanto a la cocción, también acertaron. Hay quien
pueda decir que quizás estuviera un poco entero el grano, en estos casos mejor
pecar por defecto que por exceso. Para mi gusto, maravilloso. Es de esos
arroces que no necesitan ni alioli ni limón, que los trajeron, porque se
defienden por si solos. Aquí más de uno hicimos un bis, aunque menor de lo que
hubiésemos querido, porque hay que dejar sitio para el postre. Los vinos que
nos ofrecieron fueron de la tierra, de Jumilla, Torre Castillo, tanto sauvignon
blanc en blanco, como monastrell roble en tinto. Ambos de 2013.
Los postres, como no podía ser de
otra manera, fueron al centro. Error muy típico pero subsanable ya que eran
perfectamente divisibles antes de meter la cuchara. -Salvamos la cuestión higiénica-.
No sabría, si tuviera que elegir, con cual me quedaría. Quizás la milhojas con
crema pastelera y manzana asada, quizás el sorbete, la tarta de queso o incluso
la de la abuela. Los cuatro postres me gustaron, aunque con lo goloso que soy,
no es extraño. Ah, también había fruta. Todo esto más el café y el chupito de
despedida me demostró una vez más que no se debe hacer caso a todo lo que se
oye, ya que pagar unos 20 euros por cabeza, con un buen servicio y sin límite
de bebida es un precio muy ventajoso para el cliente. También puede ser que
haya sido uno de los locales que se han tenido que ajustar a una nueva
realidad. En cualquiera de los caso, bienvenidos sean estos precios “low cost”
Restaurante El Chato.
Av. de la Libertad 72 b. 30710 Los Alcázares.
Tlf. 968170161.
Av. de la Libertad 72 b. 30710 Los Alcázares.
Tlf. 968170161.
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